¿Nos acompañas en esta breve excursión por el Monte de El Pardo? El Monte de El Pardo es un entorno natural que se encuentra en la Comunidad de Madrid y tiene una superficie de más de 15 mil hectáreas. Este bosque de origen mediterráneo se situá al norte de la ciudad y es una reserva de gran importancia ecológica y biológica por la flora y fauna que alberga.
Entorno natural del Monte de El pardo
La orografía del entorno natural del Monte de El Pardo se caracteriza por ser un paisaje poco montañoso con una altitud máxima de 800 metros. Es un terreno de llanuras y colinas por las que discurre el río Manzanares.
El río atraviesa este bosque de encinas de norte a sur en su curso medio por un relieve suave en el que se se generan meandros y la corriente pierde fuerza gradualmente. Es justo en el tramo medio de este río donde se encuentra el embalse de El pardo.
Tras la construcción de esta estructura en 1970, el ecosistema tuvo que adaptarse debido al impacto ecológico que se produjo por la construcción de dicho embalse.
En este embalse desemboca uno de los afluentes del río Manzanares, arroyo de Manina que pertenece a la cuenca del Manzanares y nace en el municipio de Hoyo de Manzanares.
Flora del Monte de El Pardo
Este monte protegido que cuenta con más de 15 mil hectáreas tiene una vegetación arbórea que consta, principalmente, de encinas, enebros, algún alcornoque y en la ribera del río se pueden apreciar chopos, sauces, fresnos y olmos centenarios que se encuentran junto al río.
Además de este tipo de vegetación, en el Monte de El Pardo hay distintas especies de arbustos como son la jara pringosa, el romero, el cantueso, la retama blanca, etc., también se encuentran en la ribera del río arbustos como las zarzas y los juncos, entre otras especies.
En conjunto, toda esta vegetación que se encuentra en el Monte de El Pardo enriquece y previene, en parte, la erosión del suelo. Hay zonas en las que se aprecian grietas que cortan las colinas redondeadas. De estos desprendimientos quedan suspendidas en el aire multitud de raíces que se entrelazan.
Fauna del Monte de El Pardo
El Monte de El Pardo alberga una fauna salvaje autóctona muy diversa. En este hábitat conviven multitud de especies de aves, mamíferos, reptiles y anfibios. Algunas de las especies más emblemáticas que habitan en este monte son, el águila imperial, búho real, mochuelos, águila pescadora, cormorán, grulla, ciervo, gamo, jabalí, zorro, gato montés, entre otras especies de aves y mamíferos que se distribuyen por este hábitat según las condiciones más adecuadas para cada especie.
En contra partida, hay especies que no son endémicas como es el caso del visón americano, o el cangrejo rojo, entre otras especies catalogadas como “nueva fauna” que desplazan a las especies autóctonas y compiten con ellas por los recursos.
Estas especies exóticas invasoras tienen una influencia negativa sobre flora y fauna autóctono, ya que alteran el funcionamiento y la estructura del ecosistema. Por ello es importante prevenir y mitigar la amenaza que representa contra la biodiversidad a nivel mundial las especies exóticas invasoras para los hábitats y especies autóctonas.
Por último, entre la fauna que se encuentra en el Monte de El pardo hay una gran variedad de reptiles autóctonos que habitan en dicho ecosistema. Algunas de las especies de reptiles son la lagartija cenicienta, el lagarto ocelado, la culebra bastarda o el galápago leproso, entre otras especies. Además, se pueden observar y escuchar sapos corredores y ranas en la ribera del río Manzanares.
Excursión por el Monte de El Pardo
Un día cualquiera a finales de invierno decidimos de manera improvisada salir de la ciudad para adentrarnos un poco en el Monte de El Pardo, ya que las condiciones meteorológicas eran inmejorables aún encontrándonos en la época más fría del año.
Tras dejar el coche aparcado en un parking que se encuentra frente a un tramo de la ribera del río Manzanares, nos acercamos a la orilla para contemplar el río y un olmo centenario de corteza rugosa y dura que protege las entrañas del árbol.
Sintiendo el frío que desprende el agua, a nuestra espalda sobresale una escalera natural de lomas con un entramado de encinas que cubren con sus frondosas copas la vista del frágil suelo arenoso. Volviendo la vista a lo alto de la colina, comenzamos el corto, intenso y empinado ascenso hasta la cresta de la loma más alta de la zona.
Al principio el camino es suave. Caminamos por un sendero natural entre una grieta estrecha que la escorrentía va dando forma. Los rayos del sol se cuelan entre las copas iluminando con haces de luz las brechas de las paredes de tierra enraizada.
El sendero creado por los medios naturales nos conduce a un claro sobre una loma redondeada desde la que podemos apreciar las crestas escalonadas del entorno. Hay senderos que se ocultan y descubren continuamente entre la frondosa vegetación de matorrales y árboles. Esta vegetación desprende un olor suave que nos incita a olisquear el vacío.
Proseguimos con el ascenso guiados por el propio terreno. Aparecemos en un claro en el cual hay una división en el monte creada por la vía del tren. Para llegar al otro lado hay que adentrarse en un paso subterráneo estrecho y frio, hábitat de golondrinas y del eco permanente.
Cada vez nos encontramos más cerca de la cresta que hemos fijado como meta a alcanzar. La subida se pronuncia y las piernas notan el esfuerzo. Los pulmones se inundan con oxígeno fresco. El caminar es lento y constante.
De vez en cuando aprovechamos algún claro para contemplar los detalles que nos envuelven y echar un vistazo atrás para ver el camino recorrido. Tomamos un delgado sendero de conejos que discurre por la ladera y que nos conduce directamente a la cresta de la loma más alta.
Sólo nos queda caminar unos pocos metros para plantar los pies en un llano desde el que presenciar el ocaso, y aprovechar esos últimos rayos de luz que calientan este invierno atípico. Es el momento de descansar y dar la bienvenida al siguiente astro que nos ilumina sin tener luz propia.