Había amanecido luminoso y despejado en el municipio de Santa Pola, con viento del nordeste. Las gaviotas planeaban suspendidas por el cielo sobre esta zona del litoral mediterráneo, con el mar lanzando sus olas sobre las rocas de formas caprichosas.
El continuado rompimiento de las olas genera una bruma espumosa que avanza por el terreno inclinado, cortado y rellenado regularmente por plantas y objetos que traen las mareas. El aire salado humedece las fosas nasales y templa el ambiente.
Dispuesto a recorrer el Cabo de Santa Pola por su base, y con la mirada puesta casi permanentemente en este accidente geográfico que se eleva 144 m. sobre el nivel del mar, estoy listo para iniciar la ruta a través de los senderos sinuosos del arrecife coralino fósil, y contemplar la magnitud infinita de detalles que contiene esta formación acantilada.
El cabo de Santa Pola
Temprano por la tarde, a eso de las 16:00 horas del veintipocos de septiembre, emprendí la marcha hacia aquella formación acantilada que ha ido modificando la morfología del terreno y determinando durante milenios la dinámica de la costa.
Tramo de la ruta por la ladera del cabo de Santa Pola
El sol en lo más alto baña con luz clara, intensa y agradable todo el espectro de interacciones que se extienden por este particular entorno natural. Las sombras agudizan el volumen del acantilado y sus líneas dibujan formas cúbicas el cielo azul.
El primer tramo de la ruta comienza en el este de Santa Pola, por las calas del cabo. Es una zona del litoral rocoso en el que hay unas pocas edificaciones y agrupaciones de pinos que asciende por la lengua de la base del cabo.
El suelo es pedregoso y la vegetación perennifolia de no mucha altura es abundante en la parte inferior de la lengua, que junto con los matorrales, delimitan bien los estrechos senderos. A medida que ascendemos por la ladera del cabo, la vegetación que predomina son estratos herbáceos y matorrales.
Las rocas ancladas en el suelo parecen desprendimientos de otra época, convertidos en peñascos que emergen de entre la vegetación. Estas formaciones rocosas son colonizadas por variedades de plantas que surgen de las grietas. Muchas de estas piedras tienen la superficie áspera, puntiaguda y filosa, con huecos redondeados, como si hubieran albergado en otra era algún tipo de molusco.
Continuando el camino por el estrecho y pedregoso sendero, en dirección a los Arenales del Sol, tenemos a nuestra derecha la visión del mar y de la Isla de Tabarca. A nuestra izquierda, la ladera del cabo guía la mirar hacia el muro vertical del acantilado, siempre presente.
A medida que avanzo por el sendero, el acantilado en transformación continua por los elementos, se divide en dos formaciones independientes que forman un barranco. Al ver el desnivel del terreno en lo más alto del atolón, imagino cómo serían en una época pasada los diferentes barrancos del arrecife que se hallaban sumergidos bajo las aguas del mediterráneo, y cómo las corrientes transcurrían por ellos.
El viento es constante y el aromá a pino y salitre me incita a respirar con más profundidad para tomar aire fresco y continuar el camino con los pulmones cargados. Pequeños saltamontes se catapultan de un lado a otro a medida que voy avanzando.
Pasan los minutos rápidamente. Me doy cuenta de ello por la sombra alargada y ancha que proyecta el acantilado sobre la ladera del cabo, como si fuera un eclipse que deja en penumbra el terreno y la vegetación teñida con cierta opacidad.
En este tramo de la ruta, la distancia que he recorrido es poco más de un kilómetro. Me encuentro justo en la mitad de la curvatura que tiene el cabo. Desde este punto puedo observar sobre el horizonte la ciudad de Alicante.
El sendero continúa serpenteando en una ligera pendiente por la base del cabo. La sombra que proyecta el atolón cubre por completo la ladera y ofrece un contraste con la línea de costa. En este lugar se observa por primera vez la pasarela colgante y la cúpula del faro del cabo de Santa Pola.
En algunas ocasiones surgen de la cima del acantilado personas que están practicando parapente a motor. Esto hace que la mirada se centre en lo alto del cabo y en el mirador cuya estructura metálica y curva sobresale por el risco.
Paralelamente, pienso y me pregunto qué día haré la ruta por la sierra para llegar al mirador del faro, que justo en este momento estoy viendo desde abajo.
Además, recorrer la sierra es un buen complemento para descubrir más vestigios del arrecife de coral, y contemplar el faro del cabo para ampliar la mirada de esta parte de la bahía de Santa Pola.
Tras el breve parón, vuelvo a retomar la marcha por el sendero que discurre por la ladera. A unos 200 m. la pendiente del camino se agudiza, así que es posible que me encuentre con un desnivel un poco más adelante.
Luego de subir y bajar la pendiente, justo enfrente, el sendero se adentra en una pinada frondosa de copas redondeadas y algodonosas, parte de ellas están cubiertas por la sombra del acantilado y el resto van desde el verde oscuro al verde claro intenso, con fugaces destellos. Otra bifurcación del camino discurre en paralelo al acantilado.
Decido adentrarme en la pinada. Justo en la linde la claridad se disipa, las tupidas copas de los pinos se entrelazan y el silencio me rodea. El lugar es fresco y sombreado, ideal para descansar unos minutos y beber agua.
Me llama la atención la disposición de los pinos en hileras, como si fuera una plantación planifica, salvo algún árbol joven que crece a su libre albedrío.
El suelo de pequeñas rocas tiene una tupida alfombra de agujas de color marrón oscuro que crujen a cada paso. Voy cruzando las sucesivas hileras en dirección a la costa.
Tramo de la ruta por la costa del cabo de Santa Pola
Después de cruzar la pinada, que no me lleva más de 20 minutos, y descansar un poco a la sombra, aparezco en la carretera o camino del Carabassí. Al cruzar el asfalto, el final de la lengua rocosa desemboca en unas calas.
Es un terreno pedregoso que delimita la pequeña cala del Faro, de una longitud aproximada de un centenar de metros. El reborde curvado del banco de arena forma una limitada playa de partículas finas y suaves que se ondulan acorde con la dirección del viento. Justo detrás, un muro de pinos con las ramas retorcidas se entremezclan con la línea del acantilado.
Continúo el camino por la línea de costa del cabo, que por tramos es suelo rocoso, hasta llegar a la siguiente cala, aproximadamente con la misma longitud que la anterior.
Ahora me encuentro en la cala del Cuartel, en cuyas inmediaciones se halla el Centro de Investigación Marina (CIMAR).
Tras la edificación se encuentra el aljibe Torre D’enmig, muy cerca de la ladera del arrecife coralino fósil. Nuevamente en la cala, hay una explanada de arena con plantas herbáceas silvestres, y el litoral rocoso rodea la cala del Cuartel con forma de concha.
El clima a estas horas de la tarde es agradable, el sol cada vez más bajo ya no calienta tanto y la brisa marina refresca el cuerpo y humedece las fosas nasales. El sonido del viento se entremezcla con el constante golpear de las olas y la sal se cristaliza en las rocas.
Esta parte de la costa rocosa tiene un aspecto bravío y parece que la roca predominante es coralina, muy diseccionada y filosa en algunas partes. Sobre ella se erigen especies de porte achaparrado y compacto.
Siguiendo la ruta, una vez pasada la cala del Cuartel, prosigo el camino por la línea de mar sobre un pequeño cabo de roca, que da paso a una nueva y alargada playa de arena grisácea.
Desde este punto tengo una buena panorámica del muro vertical del atolón. En lo más alto, se alza el faro del cabo y sobresale la pasarela colgante del mirador.
El fuerte oleaje inunda algunas veces ciertas partes de la explanada de arena, más allá de la playa, el camino discurre por unas calas de guijarros que, cuando el mar los moja cambian de color y brillan, ya que podemos encontrar pequeños fragmentos de cristal de colores pulidos por los elementos.
De vez en cuando me encuentro con cabos desgastados, botellas de plástico, madera de deriva y otros objetos que se encajan en las rocas llenas de oquedades. Además, desde estas calas se observa justo enfrente la isla de Tabarca y distintos tipos de embarcaciones en un ir y venir por el horizonte marino.
Para mi sorpresa, al ir caminando por las calas del cabo, a lo lejos distingo la silueta de un ave acuática con el plumaje negro sobre un pequeño peñón. A medida que me acerco, siempre manteniendo bastante distancia con el animal, compruebo que es un cormorán oteando el horizonte.
En este momento me encuentro muy cerca del punto de inicio de la ruta, es una zona en la que no hay nadie en las calas, y supongo que por ese motivo el cormorán se encuentra en esta zona, es un lugar más tranquilo para el ave.
Tras estar un rato contemplando el animal, emprendo el camino de regreso a casa por la estrecha carretera que atraviesa toda la zona del litoral que ya he recorrido. Es un tramo corto hasta llegar al mirador de la Cadena. Ahí enfilo el camino por el paseo marítimo que discurre en paralelo al arrecife coralino fósil.
¿Qué cámara y accesorios he usado?
Productos disponibles en Amazon España y enlaces de compra:
También te puede interesar
–Torre del Tamarit: Hubo una vez una torre vigía, situada en las salinas de Santa Pola, a la que llamaron Torre del Tamarit, aunque también se la conoce por Torre de la Albufera o Torre de las Salinas, y la verdad es que todavía sigue en pie, tras cinco siglos rodeada de agua.
–Barranco de Paco Mañaco: El terreno se va elevando a medida que me adentro en el curso seco del barranco de Paco Mañaco, y los sonidos típicos de la actividad en el medio urbano van disminuyendo gradualmente. El silencio es casi total, únicamente se escucha el canto de las cigarras, mis pasos y la respiración.
Deja una respuesta