Hubo una vez una torre vigía, situada en las salinas de Santa Pola, a la que llamaron Torre del Tamarit, aunque también se la conoce por Torre de la Albufera o Torre de las Salinas, y la verdad es que todavía sigue en pie, tras cinco siglos rodeada de agua.
El lugar de su emplazamiento no está lejos del litoral de Santa Pola, donde se conecta visualmente con la Torre de Escaletes, en la otra punta de éste pueblo costero, dotado de un transitado puerto, un Castillo-Fortaleza y habitado por gente acostumbrada al mar.
Durante largo tiempo, los elementos fueron desmenuzando la torre y, poco a poco, su planta cuadrada se fue erosionando, hasta que en la actualidad ha sido rehabilitada de forma que ha recuperado su imagen. Presenta una estructura prismática, cuya verticalidad irrumpe en el extenso horizonte de las lagunas del Parque Natural de las Salinas de Santa Pola.
Torre del Tamarit
Era la hora de la siesta cuando emprendí la marcha hacia aquella torre vigía. El sol se encontraba parcialmente cubierto por un cúmulo de nubes, o mejor dicho, una nube imponente que parece emerger de la tierra como sucede en una erupción volcánica, pero aún la tarde es luminosa y brillante.
Por el lado opuesto, nubes algodonosas tiñen el cielo de blanco, el sol centellea entre los cúmulos. Las distintas capas de aire y sus diferentes intensidades desplazan las nubes en horizontal. El perfil del suelo también determina los flujos del aire.
El viento de tierra me da en la cara y trae consigo un aroma a mar que flota en el aire. La tarde no es muy calurosa. Desde el paseo marítimo del Tamarit se escucha el bramido del mar que es constantemente azotado por el viento.
Tras recorrer dicho paseo, los edificios desaparecen para dar paso a las montañas de sal de puntiagudas crestas que se alzan sobre una explanada rodeada de arbustos mediterráneos.
El antiguo embarcadero de las Salinas Bras del Port se encuentra próximo a estas pequeñas cumbres. Los restos del esqueleto de una gabarra salinera y el antiguo muelle, al igual que un par de estructuras militares de la Guerra Civil Española, también se pueden contemplar en las inmediaciones.
En el llano empapado de luz y cargado del perfume de la vegetación y el salitre, el iluminado horizonte va fijando los contornos de las montañas. Los caminos y estrechos senderos de tierra ocre son limitados por los arbustos.
En este tramo, podemos optar por seguir los senderos que se adentran en la explanada cubierta de vegetación, o realizar parte de esta ruta por la línea de costa hasta llegar a una frondosa pinada, punto en el que hay que desviarse hacia la derecha para retomar el sendero en el llano tras las dunas.
Tramo por la costa
El camino por playa natural de la Gola, que con la orilla del mar, guía los pasos ladeados mientras ves la curvatura de la costa, refresca el cuerpo. Entretanto, el rumor constante del oleaje elimina cualquier otro ruido.
La arena mojada se hunde bajo los pies, y el viento golpea contra las dunas móviles que hay frente a la orilla. Tras las dunas, se observa el llano cubierto de vegetación mediterránea y varios puntos que sirven de guía, como los hitos de piedras apiladas que se encuentran por los senderos de cualquier monte.
Detrás de esos hitos, no se ve aún, pero se pueden intuir las lagunas por las bandadas de aves acuáticas que sobrevuelan la zona. Uno de esos hitos es una antigua casa abandonada y medio derruida que corta la línea recta del horizonte.
Después de otear el horizonte desde los alto de las dunas móviles, otra vez los pasos vuelven sobre la arena mojada. A mitad de camino, se empieza a divisar un emplazamiento artillero de costa circular y con un punto de acceso.
Esta estructura militar es pareja a los búnkers o construcciones defensivas gemelas que se encuentran al principio de la playa de la Gola. La única diferencia es su estado de degradación y abandono y la proximidad a la orilla del mar. El emplazamiento de costa únicamente conserva la base circular de gruesas paredes.
Tras esta parada, y en dirección hacia El Pinet, se avista a lo lejos la desembocadura del río Vinalopó. Antes hay una pinada de troncos retorcidos casi a nivel del suelo arenoso.
Al llegar a este punto, hay que desviarse hacia la derecha por un pequeño sendero que nos dirige en línea recta hasta a la explanada por la que discurren los otros senderos de la ruta alternativa.
Tramo paralelo a la costa
Parecerá extraño volver sobre nuestros pasos, pero este tramo paralelo a la costa se podría hacer a la vuelta de la torre. En todo caso, puede ser un tramo alternativo al de la costa o, por el contrario, podemos recorrer los diferentes senderos que hay en la explanada.
El tramo comienza igualmente al principio de la playa de la Gola, onde se encuentra el antiguo embarcadero de las Salinas Bras del Port, y las distintas estructuras que reflejan la historia de la actividad comercial de los salineros en Santa Pola.
Durante un tiempo, recorrí los senderos que hay por el perímetro de las montañas de sal. Era curioso, puesto que hay maquinaria y estructuras en desuso que son testigo de la modernización que ha experimentado en la actualidad el sector.
Después de recorrer dicha zona, hay un camino amplio de arena que guía la vista hacia un caserón abandonado. En paralelo hay otra senda a la izquierda, más estrecha y próxima a la costa. El sendero principal discurre en paralelo a la carretera N-332, dirección Torrevieja.
Alrededor de las cinco de la tarde, tomé la senda principal, dirección al caserón abandonado. El trayecto hasta el caserón no es muy largo, unos 15-20 minutos andando con alguna breve parada. Poco después de llegar a la casona, hay un corto camino que viene de la costa, y conecta directamente con el sendero principal.
Desde el sitio en el que me encontraba, un poco más protegido por el viento, dedico unos minutos para ver con detalle el destartalado caserón. Y, precisamente en ese punto, se ve el siguiente hito que guía el camino, el Toro de Osborne.
Esta estructura de catorce metros de altura representa la silueta de un toro bravo, antiguamente era una valla publicitaria de carretera, pero en la actualidad ha transcendido el ámbito comercial para el que fue creado.
Tras alejarme un poco de la casona por el sendero, dirección al toro de catorce metros, la explanada se abre y aumenta la amplitud visual. En plena marcha, pequeños saltamontes saltan en todas direcciones a cada paso que doy por el sendero.
Dejando la casona a la espalda, la estructura del toro bravo no se encuentra muy lejana. En un momento dado, frente a mí, se cruza una bandada de aves acuáticas de un tamaño considerable con un plumaje blanco, patas alargadas y finas, que vuelan dirección a la costa provenientes de las lagunas.
Fue cosa habitual encontrar durante el camino este tipo de ave, ya que desde el primer tramo de la ruta, el sendero se encuentra próximo a las lagunas del Parque Natural. Además de otras especies de aves, la vegetación es muy característica debido a la humedad y alta salinidad de la zona.
A medida que me aproximo a la imponente estructura de catorce metro, una caseta de tejado triangular y rojo sobre sale entre los arbustos. A la izquierda se ve la pinada de la costa, justo el punto en el que hay que desviarse si se toma el tramo de la costa.
Tras pasar la estructura del toro, hay que desviarse un poco a la derecha y cruzar una acequia que tiene el agua teñida de rosa flamingo. La carretera N-332 está justo enfrente. En este punto tengo la primera toma de contacto visual con una de las lagunas del Parque Natural de las Salinas.
Tramo de la carretera N-332
Una vez llegado a este tramo, el recorrido que hay que seguir para llegar a la Torre del Tamarit es por carretera. Es un tramo corto, aproximadamente es un kilómetro de distancia el hay que andar por el arcén de la carretera N-332, dirección Torrevieja.
En esta parte de la ruta hay que ir con mucho cuidado, y si es posible, mejor hacer el tramo en coche. En mi caso, no tenía más remedio que hacer este tramo andando por el arcén de la izquierda para ver los coches de frente.
También es recomendable llevar puesta una camiseta con un color llamativo y tener en la mochila un chaleco reflectante y una linterna por si nos pilla la noche. Pero como digo, es preferible ir en coche.
El trayecto por este tramo de carreta es corto, en unos 10-15 minutos andando rápido llegamos a la torre vigía, pero es un momento tenso. Lo bueno que a mitad del recorrido hay unos salientes de tierra llana que se adentran en la laguna. Es un buen momento para hacer una breve parada y contemplar tranquilamente la amplitud de la laguna.
Dese el principio del trayecto por carretera, se ve la torre a nuestra derecha en el sentido de la marcha. Una vez estoy frente a la torre, tengo que cruzar la carretera. En este punto se ha habilitado un espacio para poder estacionar los vehículos a un lado de la carretera. Al cruzar llego a una pequeña explanada frente a la torre vigía.
Ahí por fin empecé a relajarme, después del tenso kilómetro que tuve que caminar por el arcén. Acto seguido me empiezan a inundar multitud de sensaciones, como alegría, serenidad, interés, asombro, euforia, entusiasmo… Bueno, ya os podéis imaginar.
Era ya entrada la tarde, y la puesta de sol estaba cerca, y qué mejor lugar para contemplar el ocaso, frente a un monumento cuya verticalidad imponente te hace mirar hacia arriba en un día en el que las nubes pasaban sobre la bóveda del cielo llevadas por los vientos.
Vuelta los ojos a la Torre del Tamarit, ésta tiene un color ocre y debe tener unos 10 metros de altura. El muro perimetral de la base es diagonal, de ahí se encumbra la torre que parece ser de planta rectangular. A simple vista, tiene dos pequeñas troneras en la parte superior.
La torre se encuentra aposentada sobre un pequeño islote cubierto de vegetación, y a un lado parece haber una especie de aljibe, pero no lo distingo muy bien desde el único ángulo en el que se puede apreciar un poco.
Tras estar una hora aproximadamente, yendo y viendo por cada centímetro del pequeño terreno en el que se puede estar, y echar la última mirada atrás para ver la torre, emprendo el camino de regreso sobre mis pasos.
Con el sol a mi espalda y viendo la proyección de mi propia sombra sobre el asfalto, disfruto de las cambiantes luces del atardecer que se reflejan en las lagunas del Parque Natural de las Salinas de Santa Pola.
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–Barranco de Paco Mañaco: El terreno se va elevando a medida que me adentro en el curso seco del barranco de Paco Mañaco, y los sonidos típicos de la actividad en el medio urbano van disminuyendo gradualmente. El silencio es casi total, únicamente se escucha el canto de las cigarras, mis pasos y la respiración.
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